Un siete de abril cualquiera.


Lancé las piedras a aquel cauce sediento y su chasquido se escuchaba, roto. Seco. Como un golpe mortal.

Me acerqué hacia otro arroyo lleno de agua y en su batida, la piedra me entregó varias gotas que me regaron toda.

Más tarde, en el sendero abajo, me encontré un trozo de azabache negro. Brillaba en un suelo pobre de vegetación, y entonces, cogí aquel brillo y lo deposité en mi mochila vacía.

Seguí ese recorrido ladera arriba, y miré un pétalo marchito yaciendo arrinconado en la esquina de mis pasos. Lo tomé, lo besé, y acariciando su vida muerta lo sostuve punzado en mi solapa.

Llegué a la cima, esperando divisar el valle entero después de un recorrido difícil, plagado de encuentros y de despedidas.

Asomé mis ojos por todo lo divisable, y sólo encontré otra cortina gris que dibujaba una montaña nueva.

Y aquí estoy, esperando que la niebla disipe las visiones, y que el firmamento entero me guíe con su Luz hacia ese mundo que intento descubrir sedienta, cada día.

Comentarios

  1. No sabes lo cercana que te siento cuando te leo, Celia.

    A veces me pregunto si valdrá la pena cargar en la mochila con las piedras, recoger las flores secas, soportar en nuestra marcha las ampollas en los pies. Y si al final, después de tanto esfuerzo, ¿el mundo que buscamos no existe?

    Como romántica irredenta que soy, sigo buscando.

    Te dejo un fuerte abrazo.

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  2. Por cierto.... FELIZ CUMPLEAÑOS!!!!

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  3. GRACIAS!. Sí... hoy estoy de cumple y te agradezco tu felicitación. Eres una Ardillita muy lista...
    Muchas gracias también por tu precioso comentario a este relato de hoy que narra algo del paso por la vida.
    Un beso y todo mi cariño.

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