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Mostrando entradas de abril 7, 2010

Un siete de abril cualquiera.

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Lancé las piedras a aquel cauce sediento y su chasquido se escuchaba, roto. Seco. Como un golpe mortal. Me acerqué hacia otro arroyo lleno de agua y en su batida, la piedra me entregó varias gotas que me regaron toda. Más tarde, en el sendero abajo, me encontré un trozo de azabache negro. Brillaba en un suelo pobre de vegetación, y entonces, cogí aquel brillo y lo deposité en mi mochila vacía. Seguí ese recorrido ladera arriba, y miré un pétalo marchito yaciendo arrinconado en la esquina de mis pasos. Lo tomé, lo besé, y acariciando su vida muerta lo sostuve punzado en mi solapa. Llegué a la cima, esperando divisar el valle entero después de un recorrido difícil, plagado de encuentros y de despedidas. Asomé mis ojos por todo lo divisable, y sólo encontré otra cortina gris que dibujaba una montaña nueva. Y aquí estoy, esperando que la niebla disipe las visiones, y que el firmamento entero me guíe con su Luz hacia ese mundo que intento descubrir sedienta, cada día.